domingo, 14 de octubre de 2012

LA MENTE DE LOS TOREROS, AL DESCUBIERTO.

 
El doctor Antonio Alcalá Malavé ha lidiado en un terreno que pocos científicos habían pisado antes y ahora acaba de arriesgar, al hilo de una conferencia titulada “La magia de la mente del torero”, una teoría sobre el comportamiento del cerebro de los matadores de toros.

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Ricardo Albillos

EFE.-

De los lidiadores se intuía su predisposición al valor, a la entereza y al arte, pero ahora este neurocientífico malagueño de 48 años ha conjugado la bioquímica cerebral y la biología celular para racionalizar, sin resabios folclóricos, la auténtica verdad del toreo en un estudio presentado recientemente en Madrid.

“El número de neurotransmisores (al modo de teléfonos móviles gracias a los cuales todo el cerebro se encuentra conectado) que tiene un torero es muy superior al de una persona normal – ha aclarado el doctor, defensor de la fiesta de los toros sin ser aficionado de la misma-. Además, su calidad es muy buena. Por eso, la mente de un torero no es una mente normal”.

Pero que nadie piense lo que no es. El torero siente miedo, miedo con mayúscula, una perturbación con pinta de furioso morlaco que es lo que motiva el principio mismo de los postulados de este científico.

Y ese principio es que “el miedo origina que el cerebro de un torero se modele, se modifique. El torero vive con ese miedo, es como si su cerebro se hubiese encallecido frente al miedo”.

“Además, por el miedo, el cerebro de los toreros emite en una frecuencia distinta a la del resto de los humanos: la frecuencia paranormal”, ha afirmado Alcalá.

“Los toreros son mediums que intuyen lo que va a ocurrir -ha apuntado-. Son capaces de cohesionar todas sus células a la velocidad de la luz: por ello, cuando torean, entran en lo que se llama ‘coherencia lumínica’; o sea, despiden luz por la gran cantidad de energía que liberan”.

Sin embargo, por qué un torero lo sigue siendo también fuera de la plaza y sus arquetipos eternos se suceden sin remedio.


“En un matador, hay neurotransmisores que aumentan mucho, y otros, que disminuyen otro tanto -ha continuado-. Por ejemplo, el neurotransmisor que hace que toree a la perfección es la dopamina, el mismo que secretan los enamorados; el que le hace torear con felicidad, la serotonina”.

Y en este punto ha añadido: “No obstante, hay otro neurotransmisor, la vasopresina, que el matador segrega en mucha menor cantidad, y le predispone biológicamente a la infidelidad: es lo que se llama un efecto colateral de ser torero”.

Esos “efectos colaterales” son los que perfilan el grueso trazo de la personalidad del torero fuera de la plaza. “Por ejemplo, su alto índice de testosterona hace que sean muy protectores con su ambiente, con su clan, y muy poco cercanos”, ha rematado.

Siempre se ha pensado que los toreros están hechos de otra materia, pero, según el doctor Alcalá, no es así: “No, están hechos de la misma pasta de una persona normal. Pero utilizan recursos propios y otros recursos no usados por las personas normales, con el propósito de ponerse delante de un toro y torear”.

Pero en qué órgano se aloja el gusto de Manzanares con el capote, la alegre valentía de José Tomás cuando se encara con el toro, el magnetismo que envuelve a Morante en la plaza. Los toreros, ¿mueven más el corazón o el cerebro?.

“Uno de los mayores reservorios de electromagnetismo del torero no es el cerebro, sino el corazón”, ha dicho el doctor.

“Ellos perciben que, cuando el corazón emite en una frecuencia de compasión y amor, son capaces de arrimarse más al toro, de torear mejor -ha continuado-. Mientras que, si emite en una frecuencia de temor o de odio hacia el animal, es mejor que no se acerquen al toro porque, habitualmente, acaban siendo cogidos”.

Misterios de la mente y del corazón de los toreros y toreras -no hay distinción de sexo en estas investigaciones-, ahora puestos al descubierto por el doctor Alcalá como si estuviera abriendo la misteriosa caja de Pandora del toreo, según los nítidos parámetros que ofrece la anatomía, la biología, la matemática y la física cuántica, entre otras ciencias. EFE