El
doctor Antonio Alcalá Malavé ha lidiado en un terreno que pocos científicos
habían pisado antes y ahora acaba de arriesgar, al hilo de una conferencia
titulada “La magia de la mente del torero”, una teoría sobre el comportamiento
del cerebro de los matadores de toros.
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Ricardo
Albillos
EFE.-
De los
lidiadores se intuía su predisposición al valor, a la entereza y al arte, pero
ahora este neurocientífico malagueño de 48 años ha conjugado la bioquímica
cerebral y la biología celular para racionalizar, sin resabios folclóricos, la
auténtica verdad del toreo en un estudio presentado recientemente en
Madrid.
“El número
de neurotransmisores (al modo de teléfonos móviles gracias a los cuales todo el
cerebro se encuentra conectado) que tiene un torero es muy superior al de una
persona normal – ha aclarado el doctor, defensor de la fiesta de los toros sin
ser aficionado de la misma-. Además, su calidad es muy buena. Por eso, la mente
de un torero no es una mente normal”.
Pero que
nadie piense lo que no es. El torero siente miedo, miedo con mayúscula, una
perturbación con pinta de furioso morlaco que es lo que motiva el principio
mismo de los postulados de este científico.
Y ese
principio es que “el miedo origina que el cerebro de un torero se modele, se
modifique. El torero vive con ese miedo, es como si su cerebro se hubiese
encallecido frente al miedo”.
“Además, por
el miedo, el cerebro de los toreros emite en una frecuencia distinta a la del
resto de los humanos: la frecuencia paranormal”, ha afirmado
Alcalá.
“Los toreros
son mediums que intuyen lo que va a ocurrir -ha apuntado-. Son capaces de
cohesionar todas sus células a la velocidad de la luz: por ello, cuando torean,
entran en lo que se llama ‘coherencia lumínica’; o sea, despiden luz por la gran
cantidad de energía que liberan”.
Sin embargo,
por qué un torero lo sigue siendo también fuera de la plaza y sus arquetipos
eternos se suceden sin remedio.
“En un
matador, hay neurotransmisores que aumentan mucho, y otros, que disminuyen otro
tanto -ha continuado-. Por ejemplo, el neurotransmisor que hace que toree a la
perfección es la dopamina, el mismo que secretan los enamorados; el que le hace
torear con felicidad, la serotonina”.
Y en este
punto ha añadido: “No obstante, hay otro neurotransmisor, la vasopresina, que el
matador segrega en mucha menor cantidad, y le predispone biológicamente a la
infidelidad: es lo que se llama un efecto colateral de ser torero”.
Esos
“efectos colaterales” son los que perfilan el grueso trazo de la personalidad
del torero fuera de la plaza. “Por ejemplo, su alto índice de testosterona hace
que sean muy protectores con su ambiente, con su clan, y muy poco cercanos”, ha
rematado.
Siempre se
ha pensado que los toreros están hechos de otra materia, pero, según el doctor
Alcalá, no es así: “No, están hechos de la misma pasta de una persona normal.
Pero utilizan recursos propios y otros recursos no usados por las personas
normales, con el propósito de ponerse delante de un toro y torear”.
Pero en qué
órgano se aloja el gusto de Manzanares con el capote, la alegre valentía de José
Tomás cuando se encara con el toro, el magnetismo que envuelve a Morante en la
plaza. Los toreros, ¿mueven más el corazón o el cerebro?.
“Uno de los
mayores reservorios de electromagnetismo del torero no es el cerebro, sino el
corazón”, ha dicho el doctor.
“Ellos
perciben que, cuando el corazón emite en una frecuencia de compasión y amor, son
capaces de arrimarse más al toro, de torear mejor -ha continuado-. Mientras que,
si emite en una frecuencia de temor o de odio hacia el animal, es mejor que no
se acerquen al toro porque, habitualmente, acaban siendo cogidos”.
Misterios de
la mente y del corazón de los toreros y toreras -no hay distinción de sexo en
estas investigaciones-, ahora puestos al descubierto por el doctor Alcalá como
si estuviera abriendo la misteriosa caja de Pandora del toreo, según los nítidos
parámetros que ofrece la anatomía, la biología, la matemática y la física
cuántica, entre otras ciencias. EFE
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